Proyecto – Hotel en Calafate -

jueves, 1 de julio de 2010

 

Calafate es una ciudad relativamente nueva y en continuo crecimiento, emplazada a orillas del lago Argentino. El motivo de su “construcción” es, sin dudas, su cercanía a los grandes glaciares, sobre todo el Perito Moreno, y a otros sitios de interés. Por estas características, y por su aeropuerto, la ciudad se inscribe en un circuito de puntos turísticos dentro de la Argentina, alejados miles de kilómetros entre sí. Los turistas extranjeros que visitan la Argentina hacen tours recorriendo cada uno de estos puntos por sólo tres o cuatro días cada uno, son nómades contemporáneos que pasan efímeramente por los lugares para conocer sus “maravillas”, sin tiempo para detenerse en su historia, su cultura, su “fondo”.

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El fondo de este sitio de la Argentina, en la provincia de Santa Cruz, es una historia cuyos pueblos originarios, paradójicamente, fueron también nómades. Por esto, no construyeron ciudades ni dejaron vestigios más duraderos como los pueblos originarios del norte argentino, salvo por sus pinturas rupestres, que se encuentran en distintos puntos de la provincia. Estas pinturas no marcaban lugares de residencia, sino sitios temporales donde las comunidades pasaban un tiempo, y dejaban su marca: una mano pintada, una escena de caza, un animal, un motivo geométrico. Estos son los vestigios que dejaron quienes pisaron estas tierras por primera vez, y siguieron su camino. Este ritual se repitió durante muchos años, creando obras de arte colectivo, donde una mano se superpone a otra, un dibujo se complementa con otro, y cada marca no importa tanto por sí misma sino por sus puntos de contacto e intersección con las anteriores. Nómades son también los trabajadores rurales que recorrieron esta tundra inflexible con su esfuerzo y sus luchas. De todo esto, definimos los puntos que nos parecen principales como características del sitio: los nómades, la tundra, la construcción colectiva a través del tiempo.

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Tomando como contexto y fondo cultural del sitio, esta forma de “pasar dejando marcas”, el proyecto se concibe también como marcas que se superponen sobre una superficie característica de la zona: una gran pendiente cubierta de tundra, donde lo más importante no es lo que se está pisando, sino lo que se está mirando. Así es que la disposición del edificio prioriza las visuales, y se va escalonando para acompañar la pendiente. Cada parte del edificio nace en la montaña y se desprende luego del suelo buscando el horizonte siempre quebrado de la cordillera.

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Las intersecciones le provocan al proyecto oportunidades para la variedad: terrazas, techos, circulaciones, ventanas, van apareciendo en el esquema, e invitan al usuario a que, en su efímero pasar por estas tierras, haga una pausa para experimentar levemente su esencia.

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El proyecto se propone en dos etapas, ocupando un terreno de forma irregular, y generando como resultado final un edificio que se puede usar en forma compartimentada, para responder a la irregular demanda turística a lo largo del año.

Nuestra intención fue lograr un proyecto que satisfaga los requerimientos de un cliente específico, a la vez que proponga una lectura arquitectónica ligada física y simbólicamente al lugar para el que se la piensa. En una ciudad que todavía se está haciendo, creemos que es nuestra responsabilidad, más que nunca, seguir “haciendo ciudad”.